Al
llegar el Señor al Calvario, le dan a beber un poco de vino mezclado con hiel,
como un narcótico, que disminuya en algo el dolor de la
crucifixión. Pero Jesús,
habiéndolo gustado para agradecer ese piadoso servicio, no ha querido beberlo
(cfr. Mt XXVII,34).
Se entrega a la muerte con la plena libertad del Amor.
Luego, los soldados despojan a
Cristo de sus vestidos.
Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no
hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni
vendadas,
ni suavizadas con aceite (Is I,6).
Los verdugos toman sus vestidos y los dividen en
cuatro partes. Pero la túnica es sin costura, por lo que dicen:
—No la dividamos; mas echemos suertes para
ver de quién será (Ioh XIX,24).
De este modo se ha vuelto a cumplir la Escritura: partieron
entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica (Ps XXI,19).
Es el expolio, el despojo, la pobreza más
absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.
Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y
para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre,
desasido
de las cosas de la tierra.
Puntos
de meditación:
1. Del pretorio al Calvario han llovido sobre Jesús
los insultos de la plebe enloquecida, el rigor de los soldados, las burlas del
sanedrín...
Escarnios y blasfemias... Ni una queja, ni una palabra de protesta.
Tampoco cuando, sin contemplaciones, arrancan de su piel los vestidos.
Aquí veo la insensatez mía de excusarme, y de
tantas palabras vanas. Propósito firme: trabajar y sufrir por mi Señor, en
silencio.
2. El cuerpo llagado de Jesús es
verdaderamente un retablo de dolores...
Por contraste, vienen a la memoria tanta
comodidad, tanto capricho, tanta dejadez, tanta cicatería... Y esa falsa
compasión con que trato
mi carne.
¡Señor!, por tu Pasión y por tu Cruz, dame
fuerza para vivir la mortificación de los sentidos y arrancar todo lo que me
aparte de Ti.
3. A ti que te desmoralizas, te repetiré una cosa
muy consoladora: al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Nuestro
Señor
es Padre, y si un hijo le dice en la quietud de su corazón: Padre mío
del Cielo, aquí estoy yo, ayúdame... Si acude a la Madre de Dios,
que es Madre
nuestra, sale adelante.
Pero Dios es exigente. Pide amor de
verdad; no quiere traidores. Hay que ser fieles a esa pelea sobrenatural, que es
ser feliz en la tierra
a fuerza de sacrificio.
4. Los verdaderos obstáculos que te separan de
Cristo —la soberbia, la sensualidad...—, se superan con oración y
penitencia. Y rezar y
mortificarse es también ocuparse de los demás y
olvidarse de sí mismo. Si vives así, verás cómo la mayor parte de los
contratiempos que
tienes, desaparecen.
5. Cuando luchamos por ser
verdaderamente ipse Christus, el mismo Cristo, entonces en la propia vida
se entrelaza lo humano con lo divino.
Todos nuestros esfuerzos —aun los más
insignificantes— adquieren un alcance eterno, porque van unidos al sacrificio
de Jesús en la Cruz.
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