Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando
encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa.
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús
mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su
propio dolor.
El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de
Jesucristo.
¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino:
mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12).
Pero nadie se da cuenta, nadie se
fija; sólo Jesús.
Se ha cumplido la profecía de Simeón: una
espada traspasará tu alma (Lc II,35).
En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora
ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la
voluntad divina.
De la mano de María, tú y yo queremos también
consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de
nuestro Padre.
Sólo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos
con la fuerza del amor, llevándola en triunfo por todos los caminos
de la tierra.
Puntos
de meditación:
1. ¿Qué
hombre no lloraría si viera a la Madre de Cristo en tan atroz suplicio?
Su Hijo herido... Y nosotros lejos, cobardes,
resistiéndonos a la Voluntad divina.
Madre y Señora mía, enséñame a pronunciar un sí
que, como el tuyo, se identifique con el clamor de Jesús ante su Padre: non
mea voluntas... (Lc XXII,42): no se haga mi voluntad, sino la de Dios.
2. ¡Cuánta miseria! ¡Cuántas ofensas! Las mías,
las tuyas, las de la humanidad entera...
Et in peccatis concepit me mater mea! (Ps
L,7). Nací, como todos los hombres, manchado con la culpa de nuestros primeros
padres.
Después..., mis pecados personales: rebeldías pensadas, deseadas,
cometidas...
Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso
humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Phil II,7), encarnándose en las
entrañas
sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó
treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José.
Predicó.
Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz.
¿Necesitas más motivos para la contrición?
3. Ha esperado Jesús este encuentro con su Madre.
¡Cuántos recuerdos de infancia!: Belén, el lejano Egipto, la aldea de Nazaret.
Ahora,
también la quiere junto a sí, en el Calvario.
¡La necesitamos!... En la oscuridad de la noche,
cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡mamá!
Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón:
¡Madre!, ¡mamá!, no me dejes.
4. Hasta llegar al abandono hay un poquito de
camino que recorrer. Si aún no lo has conseguido, no te preocupes: sigue esforzándote.
Llegará el día en que no verás otro camino más que El —Jesús—, su Madre
Santísima, y los medios sobrenaturales que nos ha dejado
el
Maestro.
5. Si somos almas de fe, a los sucesos de esta
tierra les daremos una importancia muy relativa, como se la dieron los santos...
El Señor y su Madre no nos dejan y, siempre que sea necesario, se harán
presentes para llenar de paz y de seguridad el corazón de los
suyos.
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