Ya fuera de la muralla, el cuerpo de
Jesús vuelve a abatirse a causa de la flaqueza, cayendo por segunda vez, entre
el griterío de la
muchedumbre y los
empellones de los soldados.
La debilidad del cuerpo y la amargura del alma han
hecho que Jesús caiga de nuevo. Todos los pecados de los hombres —los míos
también— pesan sobre su Humanidad Santísima.
Fue él quien tomó sobre sí nuestras
enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado,
herido de Dios y
humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por
nuestros pecados. El castigo de nuestra salvación pesó sobre él, y en sus
llagas hemos sido curados (Is LIII,4-5).
Desfallece Jesús, pero su caída nos levanta, su
muerte nos resucita.
A nuestra reincidencia en el mal, responde Jesús
con su insistencia en redimirnos, con abundancia de perdón. Y, para que nadie
desespere,
vuelve a alzarse fatigosamente abrazado a la Cruz.
Que los tropiezos y derrotas no nos aparten ya más de El. Como el niño
débil se arroja compungido en los brazos recios de su padre,
tú y yo nos
asiremos al yugo de Jesús. Sólo esa contrición y esa humildad transformarán
nuestra flaqueza humana en fortaleza divina.
Puntos
de meditación:
1.
Cae Jesús por el peso del madero... Nosotros, por la atracción de las cosas de
la tierra.
Prefiere venirse abajo antes que soltar la Cruz.
Así sana Cristo el desamor que a nosotros nos derriba.
2. Ese desaliento, ¿por qué? ¿Por tus miserias?
¿Por tus derrotas, a veces continuas? ¿Por un bache grande, grande, que no
esperabas?
Sé sencillo. Abre el corazón. Mira que todavía
nada se ha perdido. Aún puedes seguir adelante, y con más amor, con más cariño,
con más fortaleza.
Refúgiate en la filiación divina: Dios es tu
Padre amantísimo. Esta es tu seguridad, el fondeadero donde echar el ancla,
pase lo que pase
en la superficie de este mar de la vida. Y encontrarás alegría,
reciedumbre, optimismo, ¡victoria!
3. Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal.
Y te he respondido al oído: toma sobre tus
hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así
puedes con ella,...
déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y
ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío:
en tus manos abandono lo
pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho,
lo temporal y lo eterno.
Y quédate tranquilo.
4. En alguna ocasión me he preguntado qué
martirio es mayor: el del que recibe la muerte por la fe, de manos de los
enemigos de Dios;
o el del que gasta sus años trabajando sin otra mira que
servir a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa inadvertido...
Para mí, el martirio sin espectáculo es más
heroico... Ese es el camino tuyo.
5. Para seguir al Señor, para tratarle, hemos de
patearnos por la humildad como se pisa la uva en el lagar.
Si pisoteamos la miseria nuestra —que eso somos—, entonces El
se aposenta a sus anchas en el alma. Com
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