Imágenes

 

A lo largo de los siglos se han conservado imágenes de filósofos, reyes y hombres importantes de la antigüedad. Los vemos en bustos de mármol, grabados en cerámica, monedas y pinturas. Pero de Jesús, el Señor de la Historia, no tendríamos ninguna. ¿Por qué? Recordemos que su corta vida pública se desarrolla en Palestina, un país alejado de Roma y donde la ley prohibía la representación en imágenes de cualquier ser vivo. Los seguidores de Jesús, los primeros cristianos, conservaron ese precepto de la ley mosaica y a ninguno se le habría ocurrido tratar de representarlo de alguna manera.

Aunque ya a fines del siglo II podemos comprobar que  el cristianismo tiene más en cuenta el espíritu de la Ley que prohibe la idolatría, no las imágenes. Y así se va dejando de lado esa prohibición y aparecen las primeras representaciones de Cristo, y no solamente en forma simbólica, que las hubo desde muy temprano, sino también las de un Cristo real. Uno de los símbolos que se usaron para representar a Jesucristo es la imagen de un pez aún hoy usada en la liturgia, que tiene su origen en la palabra pez en griego “ijzús”, cuyas letras forman el acróstico de “iesous-jristós-zeou-uiós-sofer” (Jesús-Cristo-de Dios-Hijo-Salvador). La imagen real más antigua que se  ha descubierto es la bastante conocida estatua llamada El Buen Pastor, encontrada en una catacumba de Roma, que muestra a Jesús como un adolescente de rasgos latinos con una oveja en hombros.

Con el paso de los siglos se van multiplicando esas figuras de Cristo, a punto tal que no hay rostro de hombre que haya sido pintado por tantos artistas, o reproducido tantas veces. Pero esos miles de rostros son creados por cada artista, que lo pinta como se lo imagina, como lo concibe en su interior y no tienen por qué corresponder a la realidad.

En el siglo VI, en Medio Oriente aparecen los iconos. En la tradición cristiana oriental, un icono es la representación de personajes o hechos sagrados pintados en murales, mosaicos o maderas. Pero para esa tradición clásica bizantina y ortodoxa la iconografía no es un arte real sino simbólico, su función es expresar en líneas y colores la enseñanzas teológicas de la Iglesia. Los que lo definen  señalan que un icono no se pinta, se escribe, con un carácter místico-ritual diferente del objetivo cultural de la pintura.

La diversidad de rostros de Cristo que vemos en Occidente no se da en Bizancio, donde los iconos con imágenes de Jesús son todos muy similares y siguen lo que se ha llamado un imperativo pictórico. Con detalles muy especiales que ya puntualizaremos.