SIEMPRE CON MARIA

 

 

María tiene siempre una intervención extraordinaria en la vida de los santos, siendo 

su amparo y protección, su fuerza y su entusiasmo. Su atracción y dinamismo, su consuelo y su alegría en su multiforme andadura por los distintos senderos de la vida.

 

Puede decirse de Santa Gemma que vivió con el pen­samiento fijo en la Madre del cielo y con el co­razón agitado por el afán de amarla cada día más y más, bien persuadida de que para llegar a Jesús y seguir el camino que nos va marcando delante con sus huellas ensangren­tadas, es necesario buscarlo por medio de María. Por eso el recuerdo de la “mamá del cielo”, como la llamaba con infantil candor, era para ella una experiencia divinamente gratificante. “Mi mamá me llamó y me dijo que hoy era fiesta. Había cambiado de vestido; no era negro, sino blanco; me acarició mucho... La llamé con el dulce nombre de mamá:

sonreía; después quedé sola, pero segura de que mi Madre me ama aún” (21-VIJ-1900).

Estas palabras, tan sencillas y tan hon­damente sentidas, nos revelan los latidos de su corazón que son un palpitar indefinible de ternura y de confianza ilimitada. Junto a María se siente siempre como niña; y como tal, habla con ella exponiéndole en cada caso la situación en que se encuentra: sus cuitas y sus pesares, sus tristezas y sus alegrías, sus contratiempos y sus ilusiones y esperanzas. Le pide el remedio de sus nece­sidades con la absoluta seguridad de que será atendida. Naturalmente que lo -hace desde el plano de la fe, del amor y de la con­fianza.

Bien formada en la espiritualidad de san Pablo de la Cruz, sabe muy bien que “La Madre de la Santa Esperanza” es el ca­mino más corto y más seguro para acercar-se a Jesús y acompañarle adonde quiera que vaya y a costa de los mayores sacrificios que sea necesario hacer. La siente siempre cercana; y en su compañía, en las noches del dolor, que tanto abundaron en su vida, experimenta un consuelo indecible, amoroso y exultante, que se transforma en el apoyo maternal que la lleva a compartir con Jesús todas sus penas y dolores.

 

 Gemma se ha curado milagrosamente de una enfermedad por intercesión de San 

Gabriel de la Dolorosa.

  Esta curación da nuevos impulsos y más interesantes matices a su vida. Aún cuando siempre ha sido toda de Dios, ahora puede decir con toda verdad que vive en Cristo con él y para él. Y porque vive en Cristo y para Cristo, vive también para todos sus se­mejantes, anhelando vivamente que todos, incluso los más alejados lleguen al conocimiento de la verdad y se salven.

   Después de la curación, “apenas pasaron dos horas me levanté. Todos en casa lloraban de alegría; yo también estaba contenta,

no tanto por la salud recuperada, cuanto porque Jesús me había elegido como hija suya” (A 250).

   Nos recuerda también cómo Jesús le ha dado por madre a la Virgen Dolorosa. Por eso jamás le podrá faltar un cuidado paternal a quien descanse en sus brazos. “Nada te faltará a ti, aunque te haya quitad consuelo y todo apoyo humano (K25O).

   A partir de esta curación todo cambien su vida, que será un verdadero reflejo de la de Jesús. Llena de una satisfacción imposi­ble de definir, podrá repetir con el Apóstol Pablo: “Vivo, mas no soy yo la que vive, sino que es Cristo & que vive en mí” (Gal 2,20). Gemma vivirá “no para sí, sino para Aquel que murió por salvarnos a todos” (2 Cor. 5,10). Y porque vivió en él, con él y para él, nunca faltaron pruebas y sufrimientos a lo  largo de su breve existencia sobre la tierra. Ese vivir en Cristo para Cristo se basan en dos grandes amores: la Eucaristía y Cristo Crucificado. La Eucaristía es el horno que da temple a su alma. Acercándose a recibir a Jesús en su milagro eterno de amor, como es la Eucaristía, se derrite toda la escoria de las miserias humanas; orando delante de Jesús  Crucificado, se  transforma, hasta llegar a ser una viva imagen suya. -Pero siempre sabe ser fiel al amor y buscar sin desalientos la vida por los caminos de la muerte. Sabe muy bien, asimismo, que “si padecemos con él es para ser glorificados un día con él” (Rom. 8.17).

   Resumiendo: “Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo” (1 P-4,13-14).

   Todo esto lo conseguiremos viviendo en él, con él y para él... como vivió Santa Gemma.

 

EXPERIENCIA DE DIOS

    Mirando a los santos y concretamente a Santa Gemma, observamos que su existencia es una vida toda de amor

   En realidad vive en el amor, por amor y para el Amor. Desde este punto de vista podemos decir que tuvo siempre la más íntima experiencia de Dios. Por eso mismo su vida fue siempre tan fecunda a todos los aspectos de la perfección cristiana. Estrechamente unida “al Señor, avanzó por los estrechos caminos de la santidad, haciendo de toda su vida ,una continua oración. No podía ser  de otra manera, porque Dios la destinaba para que fuera un testimonio viviente de lo sobrenatural en la historia.

  Bien fundamentada- en la fe, aprendió desde los primeros años  a ver a Dios en

todo; y no sólo en su mundo interior, sino también en todo cuanto existe en la natu­raleza, porque la creación entera le servía, para conocerle mejor, amarle con la mayor intensidad, y amando, al mismo tiempo, todo lo que Dios quiere y ama. La creación entera es la más grandiosa manifestación de Dios, que de Dios nos habla y a amarle nos invita. Por todo cuanto existe podría repetir con San .Francisco, “loado seas, mi Señor”                   

   Puede decirse que cuando todavía no conocía a San Pablo de la Cruz vivía ya su espíritu sobre este particular. “El lenguaje del amor es el corazón que arde y se abrasa en holocausto al Supremo Bien”. Y porque Gemma lo entiende así,, bien experimentada en la oración, practica los consejos que San pablo de la Cruz daba a un alma por él dirigida: “De lugar al Espíritu Santo, haciendo la oración, no a su manera, sino a la manera de Dios, deje que su alma vuele donde el Espíritu Santo quiere... El amante habla poco; una pala­bra de amor basta para tener-a un alma en gran reconocimiento por mucho tiempo”... (Cartas/y Diario Espiritual,-235).

   El mismo San Pablo de la Cruz quiere que, para hacer más viva esa experiencia de Dios, “lleve consigo el hacecito de mirra de las penas de Jesús y los dolores de Maria Santísima, en el interior de su alma”.

Su mensaje es claro: debemos estar siempre en contacto con Dios por. medio de la oración, basando la meditación en el recuerdo de la pasjón y rnuerte del Redentor. Siguiendo esé camimo avanzaremos seguros  a los esplendores de la resurrección.

 

FARO ORIENTADOR

    Por los caminos de la fe, los devotos de Santa Gemma acuden al Santuario con el corazòn saturado de ilusionante

esperanza, invocándola fervorosa-mente con anhelos hondos y ansie-dades agridulces con lágrimas en los ojos y pálida sonrisa en los labios, con acentos de ternura y dulce  amabilidad. Unas veces piden gracias, so­lución de problemas. Otras, para cumplir una promesa por los favores obtenidos. Al ir, iban llorando; cuando salen, lo hacen  entonando himnos de alabanza, bendición y gratificante obsequio…

   En los escabrosos senderos de la vida, el esfuerzo, la lucha, el sudor, la incom­prensión y la fatiga hacen acto de presen­cia en todos los estados y situaciones. El dolor, como mensajero providente, nos acompaña siempre al caminar, persisten­te y pegajoso, con los dientes de sus tenazas bien afilados. Ante el misterio del mismo, buscamos el remedio con perturbante ansiedad. Hasta que un día, cuando fallan todos los remedios humanos, iluminados por la fe y acariciados por la esperanza, acudimos a los santos implorando su protección para que intercedan por nosotros ante el Altísimo. Luego, alcanzada’ la gracia, cuando cesan de soplar los vien­tos de la adversidad, queremos y prometemos volver al Santuario para dar gracias al Señor. Es éste un fenómeno que se repite diariamente, pero de un modo muy especial los días 13 y 14 de cada mes. La santa sonríe y sigue’protegiendo.

   El Santuario es como un faro orientador que, rasgando sombras en la negra noche del infortunio, abre nuevos caminos de es­peranza, con bellas estrellas de ilusión que son besos de amor que nos impulsan a seguir caminando con ilusión creciente. Entonces la oración es como una flecha que, cruzando los espacios irisados, se lan­za al infinito, allí donde se encuentra la Santa con todos cuantos arribaron a puer­to seguro, cantando las alabanzas del Señor. Invoquemos a Santa Gemma repi­tiendo’ con ella: “El auxilio me viene del Señor”, que hizo el cielo y la tierra”.

 

.~ Leandro G. Monje ~



Religiosas Pasionistas – Monasterio Santa Gema – Azara 1960 Merlo Sur

Pcia. De Buenos Aires - Argentina