SEMANA SANTA
VIA CRUCIS San Josemaría Escrivá
El
libro Vía Crucis consta de breves comentarios a las catorce estaciones del Vía
Crucis, nacidos de la oración personal de Josemaría Escrivá.
"El Vía Crucis no es un ejercicio triste -comenta Mons. Álvaro del
Portillo en el prólogo-.Muchas veces enseñó San Josemaría Escrivá que la
alegría tiene sus raíces en forma de cruz. Si la Pasión de Cristo es camino
de dolor, también es la ruta de la esperanza y de la victoria segura. Esta
nueva obra póstuma de San Josemaría Escrivá, como las anteriores, fue
preparada para ayudar a hacer oración y, con la gracia de Dios, para crecer en
espíritu de compunción -dolor de amor- y de agradecimiento al Señor, que nos
ha rescatado con el precio de su sangre".
La primera edición de Vía Crucis apareció en 1981. Desde entonces se han
publicado más de 450.000 ejemplares en 22 idiomas.
Introducción:
Señor
mío y Dios mío,
bajo la mirada amorosa de nuestra Madre,
nos disponemos a acompañarte
por el camino de dolor,
que fue precio de nuestro rescate.
Queremos sufrir todo lo que Tú sufriste,
ofrecerte nuestro pobre corazón, contrito,
porque eres inocente y vas a morir por nosotros,
que somos los únicos culpables.
Madre mía, Virgen dolorosa,
ayúdame a revivir aquellas horas amargas
que tu Hijo quiso pasar en la tierra,
para que nosotros, hechos de un puñado de lodo,
viviésemos al fin
in libertatem gloriæ filiorum Dei,
en la libertad y gloria de los hijos de Dios.
I
E
Han
pasado ya las diez de la mañana. El proceso está llegando a su fin. No ha
habido pruebas concluyentes. El juez sabe que sus enemigos se lo han entregado
por envidia, e intenta un recurso absurdo: la elección entre Barrabás, un
malhechor acusado de robo con homicidio, y Jesús, que se dice Cristo. El pueblo
elige a Barrabás. Pilatos exclama:
—¿Qué he de hacer, pues, de Jesús? (Mt
XXVII,22).
Contestan todos: —¡Crucifícale!
El juez insiste: —Pero ¿qué mal ha hecho?
Y de nuevo responden a gritos: —¡Crucifícale!,
¡crucifícale!
Se asusta Pilatos ante el creciente tumulto. Manda
entonces traer agua, y se lava las manos a la vista del pueblo, mientras dice:
—Inocente soy de la sangre de este justo;
vosotros veréis (Mt XXVII,24).
Y después de haber hecho azotar a Jesús, lo
entrega para que lo crucifiquen. Se hace el silencio en aquellas gargantas
embravecidas y posesas. Como si Dios estuviese ya vencido.
Jesús está solo. Quedan lejanos aquellos días
en que la palabra del Hombre-Dios ponía luz y esperanza en los corazones,
aquellas largas procesiones de enfermos que eran curados, los clamores
triunfales de Jerusalén cuando llegó el Señor montado en un manso pollino. ¡Si
los hombres hubieran querido dar otro curso al amor de Dios! ¡Si tú y yo hubiésemos
conocido el día del Señor!
Puntos
de meditación:
1. Jesús ora en el huerto: Pater mi (Mt
XXVI,39), Abba, Pater! (Mc XIV,36). Dios es mi Padre, aunque me envíe
sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la
Voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la Santísima Voluntad
de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por
compañero de camino al sufrimiento?
Constituirá una señal cierta de mi filiación,
porque me trata como a su Divino Hijo. Y, entonces, como El, podré gemir y
llorar a solas en mi Getsemaní, pero, postrado en tierra, reconociendo mi nada,
subirá hasta el Señor un grito salido de lo íntimo de mi alma: Pater mi,
Abba, Pater,...fiat!
2. El Prendimiento: ... venit hora: ecce Filius
hominis tradetur in manus peccatorum (Mc XIV,41)... Luego, ¿el hombre
pecador tiene su hora? ¡Sí, y Dios su eternidad!...
¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente
se dejó El poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de
muerte se humille... Porque —no hay término medio— o le aniquilo o me
envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios que esclavo de mi carne.
3. Durante el simulacro de proceso, el Señor
calla. Iesus autem tacebat
(Mt XXVI,63). Luego, responde
a las preguntas de Caifás y de Pilatos... Con Herodes, veleidoso e impuro, ni
una palabra (cfr. Lc XXIII,9): tanto deprava el pecado de lujuria que ni aun la
voz del Salvador escucha.
Si se resisten a la verdad en tantos ambientes,
calla y reza, mortifícate... y espera. También en las almas que parecen más
perdidas queda, hasta el final, la capacidad de volver a amar a Dios.
4. Está para pronunciarse la sentencia. Pilatos
se burla: ecce rex vester! (Ioh XIX,14). Los pontífices responden
enfurecidos: no tenemos rey, sino a César (Ioh XIX,15).
¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde,
tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos
todos de la Cruz, de tu Santa Cruz.
Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre
de almas... son el cortejo de tu realeza.
5. Ecce homo! (Ioh XIX,5). El corazón se
estremece al contemplar la Santísima Humanidad del Señor hecha una llaga.
Y entonces le preguntarán: ¿qué heridas son
esas que llevas en tus manos? Y él responderá: son las que recibí en la casa
de los que me aman (Zach XIII,6).
Mira a Jesús. Cada desgarrón es un reproche;
cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías.
II
Estación: Jesús carga con la cruz
Fuera de la ciudad, al noroeste de Jerusalén, hay un pequeño collado: Gólgota
se llama en arameo; locus Calvariæ, en latín: lugar de las Calaveras o
Calvario.
Jesús se entrega inerme a la ejecución de la
condena. No se le ha de ahorrar nada, y cae sobre sus hombros el peso de la cruz
infamante. Pero la Cruz será, por obra de amor, el trono de su realeza.
Las gentes de Jerusalén y los forasteros venidos
para la Pascua se agolpan por las calles de la ciudad, para ver pasar a Jesús
Nazareno, el Rey de los judíos. Hay un tumulto de voces; y a intervalos, cortos
silencios: tal vez cuando Cristo fija los ojos en alguien:
—Si alguno quiere venir en pos de mí, tome
su cruz de cada día y sígame (Mt XVI,24).
¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha
de darle muerte!
¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo
a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la
Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los
sufrimientos físicos o morales?
Es verdaderamente suave y amable la Cruz de
Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores
con El.
Puntos
de meditación:
1. La comitiva se prepara... Jesús, escarnecido,
es blanco de las burlas de cuantos le rodean. ¡El!, que pasó por el mundo
haciendo el bien y sanando a todos de sus dolencias (cfr. Act X,38).
A El, al Maestro bueno, a Jesús, que vino al
encuentro de los que estábamos lejos, lo van a llevar al patíbulo.
2. Como para una fiesta, han preparado un cortejo,
una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio
lento y despiadado.
Jesús no encontrará la muerte en un abrir y
cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan
identificando con la Voluntad amabilísima del Padre. Ut facerem voluntatem
tuam, Deus meus, volui, et legem tuam in medio cordis mei (Ps XXXIX,9): en
cumplir tu Voluntad, Dios mío, tengo mi complacencia, y dentro de mi corazón
está tu ley.
3. Cuanto más seas de Cristo, mayor gracia tendrás
para tu eficacia en la tierra y para la felicidad eterna.
Pero has de decidirte a seguir el camino de la
entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu
alma.
4. Oyes dentro de ti: “¡cómo pesa ese yugo que
tomaste libremente!... Es la voz del diablo; el fardo... de tu soberbia.
Pide al Señor humildad, y entenderás tú también
aquellas palabras de Jesús: iugum enim meum suave est, et onus meum leve
(Mt XI,30), que a mí me gusta traducir libremente así: mi yugo es la libertad,
mi yugo es el amor, mi yugo es la unidad, mi yugo es la vida, mi yugo es la
eficacia.
5. Hay en el ambiente una especie de miedo a la
Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las
cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de
hijos de Dios, con visión sobrenatural. ¡Hasta quitan las cruces que plantaron
nuestros abuelos en los caminos...!
En la Pasión, la Cruz dejó de ser símbolo de
castigo para convertirse en señal de victoria. La Cruz es el emblema del
Redentor: in quo est salus, vita et resurrectio nostra: allí está
nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección.
III
Estación: cae Jesús por primera vez
La Cruz hiende, destroza con su peso los hombros del Señor.
Las turbamulta ha ido agigantándose. Los
legionarios apenas pueden contener la encrespada, enfurecida muchedumbre que,
como río fuera de cauce, afluye por las callejuelas de Jerusalén.
El cuerpo extenuado de Jesús se tambalea ya bajo
la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un aliento de vida a
sus miembros llagados.
A derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud
que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres,
por nuestros nombres. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación
de los panes y de los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que
adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo.
Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús, y el
Señor se desploma extenuado.
Tú y yo no podemos decir nada: ahora ya sabemos
por qué pesa tanto la Cruz de Jesús. Y lloramos nuestras miserias y también
la ingratitud tremenda del corazón humano. Del fondo del alma nace un acto de
contrición verdadera, que nos saca de la postración del pecado. Jesús ha caído
para que nosotros nos levantemos: una vez y siempre.
Puntos
de meditación:
1. ¿Triste?... ¿Porque has caído en esa pequeña
batalla?
¡No! ¡Alegre! Porque en la próxima, con la
gracia de Dios y con tu humillación de ahora, ¡vencerás!
2. Mientras hay lucha, lucha ascética, hay vida
interior. Eso es lo que nos pide el Señor: la voluntad de querer amarle con
obras, en las cosas pequeñas de cada día.
Si has vencido en lo pequeño,
vencerás en lo grande.
3. “Este hombre se muere. Ya no hay nada que
hacer...
Fue hace años, en un hospital de Madrid.
Después de confesarse, cuando el sacerdote le
daba a besar su crucifijo, aquel gitano decía a gritos, sin que lograsen
hacerle callar:
—¡Con esta boca mía podrida no puedo besar al
Señor!
—Pero, ¡si le vas a dar un abrazo y un beso muy
fuerte en seguida, en el Cielo!
...¿Has visto una manera más hermosamente
tremenda de manifestar la contrición?
4. Hablas y no te escuchan. Y si te escuchan, no
te entienden. ¡Eres un incomprendido!... De acuerdo. En cualquier caso, para
que tu cruz tenga todo el relieve de la Cruz de Cristo, es preciso que trabajes
ahora así, sin que te tengan en cuenta. Otros te entenderán.
5. ¡Cuántos, con la soberbia y la imaginación,
se meten en unos calvarios que no son de Cristo!
La Cruz que debes llevar es divina. No quieras
llevar ninguna humana. Si alguna vez cayeras en este lazo, rectifica enseguida:
te bastará pensar que El ha sufrido infinitamente más por amor nuestro.
IV
Estación: Jesús encuentra a María, su Santísima Madre
Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando
encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa.
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús
mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su
propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de
Jesucristo.
¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino:
mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12).
Pero nadie se da cuenta, nadie se
fija; sólo Jesús.
Se ha cumplido la profecía de Simeón: una
espada traspasará tu alma (Lc II,35).
En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora
ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la
voluntad divina.
De la mano de María, tú y yo queremos también
consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de
nuestro Padre.
Sólo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de
Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del amor, llevándola en triunfo por
todos los caminos de la tierra.
Puntos de meditación:
1. ¿Qué
hombre no lloraría si viera a la Madre de Cristo en tan atroz suplicio?
Su Hijo herido... Y nosotros lejos, cobardes,
resistiéndonos a la Voluntad divina.
Madre y Señora mía, enséñame a pronunciar un sí
que, como el tuyo, se identifique con el clamor de Jesús ante su Padre: non
mea voluntas... (Lc XXII,42): no se haga mi voluntad, sino la de Dios.
2. ¡Cuánta miseria! ¡Cuántas ofensas! Las mías,
las tuyas, las de la humanidad entera...
Et in peccatis concepit me mater mea! (Ps
L,7). Nací, como todos los hombres, manchado con la culpa de nuestros primeros
padres. Después..., mis pecados personales: rebeldías pensadas, deseadas,
cometidas...
Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso
humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Phil II,7), encarnándose en las
entrañas sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó
treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José. Predicó.
Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz.
¿Necesitas más motivos para la contrición?
3. Ha esperado Jesús este encuentro con su Madre.
¡Cuántos recuerdos de infancia!: Belén, el lejano Egipto, la aldea de Nazaret.
Ahora, también la quiere junto a sí, en el Calvario.
¡La necesitamos!... En la oscuridad de la noche,
cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡mamá!
Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón:
¡Madre!, ¡mamá!, no me dejes.
4. Hasta llegar al abandono hay un poquito de
camino que recorrer. Si aún no lo has conseguido, no te preocupes: sigue esforzándote.
Llegará el día en que no verás otro camino más que El —Jesús—, su Madre
Santísima, y los medios sobrenaturales que nos ha dejado el Maestro.
5. Si somos almas de fe, a los sucesos de esta
tierra les daremos una importancia muy relativa, como se la dieron los santos...
El Señor y su Madre no nos dejan y, siempre que sea necesario, se harán
presentes para llenar de paz y de seguridad el corazón de los suyos.
V
Estación:
Simón ayuda a llevar
Jesús está
extenuado. Su paso se hace más y más torpe, y la soldadesca tiene prisa por
acabar; de modo que, cuando salen de la ciudad por la puerta Judiciaria,
requieren a un hombre que venía de una granja, llamado Simón de Cirene, padre
de Alejandro y de Rufo, y le fuerzan a que lleve la cruz de Jesús (cfr. Mc
XV,21).
En el conjunto de la Pasión, es bien poca cosa lo
que supone esta ayuda. Pero a Jesús le basta una sonrisa, una palabra, un
gesto, un poco de amor para derramar copiosamente su gracia sobre el alma del
amigo. Años más tarde, los hijos de Simón, ya cristianos, serán conocidos y
estimados entre sus hermanos en la fe. Todo empezó por un encuentro inopinado
con la Cruz.
Me presenté a los que no
preguntaban por mí, me hallaron los que no me buscaban
(Is LXV,1).
A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo
que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por
eso más oscura, el corazón mostrara repugnancia... no le des consuelos. Y,
lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en
confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz!
Puntos
de meditación:
1. ¿Quieres saber cómo agradecer
al Señor lo que ha hecho por nosotros?... ¡Con amor! No hay otro camino.
Amor con amor se paga. Pero la certeza del
cariño la da el sacrificio. De modo que ¡ánimo!: niégate y toma su Cruz.
Entonces estarás seguro de devolverle amor por Amor.
2. No es tarde, ni todo está
perdido... Aunque te lo parezca. Aunque lo repitan mil voces agoreras. Aunque te
asedien miradas burlonas e incrédulas... Has llegado en un buen momento para
cargar con la Cruz: la Redención se está haciendo —¡ahora!—, y Jesús
necesita muchos cirineos.
3. Por ver feliz a la persona que ama, un corazón
noble no vacila ante el sacrificio. Por aliviar un rostro doliente, un alma
grande vence la repugnancia y se da sin remilgos... Y Dios ¿merece menos que un
trozo de carne, que un puñado de barro?
Aprende a mortificar tus caprichos. Acepta la
contrariedad sin exagerarla, sin aspavientos, sin... histerismos. Y harás más
ligera la Cruz de Jesús.
4. Ciertamente que el día de hoy ha sido de
salvación para esta casa, pues que también éste es hijo de Abrahám. Porque
el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que había perecido (Lc
XIX,9-10).
Zaqueo, Simón de Cirene, Dimas, el
centurión...
Ahora ya sabes por qué te ha buscado el Señor.
¡Agradéceselo!... Pero opere et veritate, con obras y de verdad.
5. ¿Cómo amar de veras la Cruz Santa de Jesús?...
¡Deséala!... ¡Pide fuerzas al Señor para implantarla en todos los corazones,
y a lo largo y a lo ancho de este mundo! Y luego... desagráviale con alegría;
trata de amarle también con el latir de todos los corazones que aún no le
aman.
VI Estación: U
No hay en
él parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade.
Despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los
quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada
(Is LIII,2-3).
Y es el Hijo de Dios que pasa,
loco... ¡loco de Amor!
Una mujer, Verónica de nombre, se abre paso entre
la muchedumbre, llevando un lienzo blanco plegado, con el que limpia
piadosamente el rostro de Jesús. El Señor deja grabada su Santa Faz en las
tres partes de ese velo.
El rostro bienamado de Jesús, que había sonreído
a los niños y se transfiguró de gloria en el Tabor, está ahora como oculto
por el dolor. Pero este dolor es nuestra purificación; ese sudor y esa sangre
que empañan y desdibujan sus facciones, nuestra limpieza.
Señor, que yo me decida a
arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis
miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la
expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos
pareciendo más y más a Ti.
Seremos otros Cristos, el mismo Cristo, ipse
Christus.
Puntos
de meditación:
1. Nuestros pecados fueron la causa
de la Pasión: de aquella tortura que deformaba el semblante amabilísimo de Jesús,
perfectus Deus, perfectus homo. Y son también nuestras miserias las que
ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su
figura.
Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se
nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Ioh
VIII,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a
oscuras, sino que tendrá la luz de la vida.
2. Trata a la Humanidad Santísima de Jesús... Y
El pondrá en tu alma un hambre insaciable, un deseo “disparatado de
contemplar su Faz.
En esa ansia —que no es posible aplacar en la
tierra—, hallarás muchas veces tu consuelo.
3. Escribe San Pedro: por Jesucristo, Dios nos
ha dado las grandes y preciosas gracias que había prometido, para haceros partícipes
de la naturaleza divina (2 Pet I,4).
Esa divinización nuestra no significa que dejemos
de ser humanos... Hombres, sí, pero con horror al pecado grave. Hombres que
abominan de las faltas veniales, y que, si experimentan cada día su flaqueza,
saben también de la fortaleza de Dios.
Así nada podrá detenernos: ni los respetos
humanos, ni las pasiones, ni esta carne que se rebela porque somos unos
bellacos, ni la soberbia, ni... la soledad.
Un cristiano nunca está solo. Si
te sientes abandonado, es porque no quieres mirar a ese Cristo que pasa tan
cerca... quizá con la Cruz.
4. Ut in gratiarum semper actione
maneamus! Dios mío,
gracias, gracias por todo: por lo que me contraría, por lo que no entiendo, por
lo que me hace sufrir.
Los golpes son necesarios para arrancar lo que
sobra del gran bloque de mármol. Así esculpe Dios en las almas la imagen de su
Hijo. ¡Agradece al Señor esas delicadezas!
5. Cuando los cristianos lo pasamos
mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. Donde la mano siente
el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas,
llenas de aroma.
Ya fuera de la muralla, el cuerpo de Jesús vuelve a abatirse a causa de la
flaqueza, cayendo por segunda vez, entre el griterío de la muchedumbre y los
empellones de los soldados.
La debilidad del cuerpo y la amargura del alma han
hecho que Jesús caiga de nuevo. Todos los pecados de los hombres —los míos
también— pesan sobre su Humanidad Santísima.
Fue él quien tomó sobre sí nuestras
enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado,
herido de Dios y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por
nuestros pecados. El castigo de nuestra salvación pesó sobre él, y en sus
llagas hemos sido curados (Is LIII,4-5).
Desfallece Jesús, pero su caída nos levanta, su
muerte nos resucita.
A nuestra reincidencia en el mal, responde Jesús
con su insistencia en redimirnos, con abundancia de perdón. Y, para que nadie
desespere, vuelve a alzarse fatigosamente abrazado a la Cruz.
Que los tropiezos y derrotas no nos aparten ya más
de El. Como el niño débil se arroja compungido en los brazos recios de su
padre, tú y yo nos asiremos al yugo de Jesús. Sólo esa contrición y esa
humildad transformarán nuestra flaqueza humana en fortaleza divina.
1. Cae Jesús por el peso del madero... Nosotros,
por la atracción de las cosas de la tierra.
Prefiere venirse abajo antes que soltar la Cruz.
Así sana Cristo el desamor que a nosotros nos derriba.
2. Ese desaliento, ¿por qué? ¿Por tus miserias?
¿Por tus derrotas, a veces continuas? ¿Por un bache grande, grande, que no
esperabas?
Sé sencillo. Abre el corazón. Mira que todavía
nada se ha perdido. Aún puedes seguir adelante, y con más amor, con más cariño,
con más fortaleza.
Refúgiate en la filiación divina: Dios es tu
Padre amantísimo. Esta es tu seguridad, el fondeadero donde echar el ancla,
pase lo que pase en la superficie de este mar de la vida. Y encontrarás alegría,
reciedumbre, optimismo, ¡victoria!
3. Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal.
Y te he respondido al oído: toma sobre tus
hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así
puedes con ella,... déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y
ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo
pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho,
lo temporal y lo eterno.
Y quédate tranquilo.
4. En alguna ocasión me he preguntado qué
martirio es mayor: el del que recibe la muerte por la fe, de manos de los
enemigos de Dios; o el del que gasta sus años trabajando sin otra mira que
servir a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa inadvertido...
Para mí, el martirio sin espectáculo es más
heroico... Ese es el camino tuyo.
5. Para seguir al Señor, para tratarle, hemos de
patearnos por la humildad como se pisa la uva en el lagar.
Si pisoteamos la miseria nuestra —que eso
somos—, entonces El se aposenta a sus anchas en el alma. Como en Betania, nos
habla y le hablamos, en conversación confiada de amigo.
Entre
las gentes que contemplan el paso del Señor, hay unas cuantas mujeres que no
pueden contener su compasión y prorrumpen en lágrimas, recordando acaso
aquellas jornadas gloriosas de Jesucristo, cuando todos exclamaban maravillados:
bene omnia fecit (Mc VII,37), todo lo ha hecho bien.
Pero el Señor quiere enderezar ese llanto hacia
un motivo más sobrenatural, y las invita a llorar por los pecados, que son la
causa de la Pasión y que atraerán el rigor de la justicia divina:
—Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos... Pues si al árbol verde le tratan de
esta manera, ¿en el seco qué se hará? (Lc XXIII,28,31).
Tus pecados, los míos, los de todos los hombres,
se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de
hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos
cometido, si El, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su mirada
amabilísima.
¡Qué poco es una vida para
reparar!
1. Los santos —me dices— estallaban en lágrimas
de dolor al pensar en la Pasión de Nuestro Señor. Yo, en cambio...
Quizá es que tú y yo presenciamos las escenas,
pero no las “vivimos.
2. Vino a su propia casa y los suyos no le
recibieron (Ioh I,11). Más aún, lo arrastran fuera de la ciudad para
crucificarle.
Jesús responde con una invitación al
arrepentimiento, ahora, cuando el alma está en camino y todavía es tiempo.
Contrición profunda por nuestros
pecados. Dolor por la malicia inagotable de los hombres que se apresta a dar
muerte al Señor. Reparación por los que todavía se obstinan en hacer estéril
el sacrificio de Cristo en la Cruz.
3. Hay que unir, hay que comprender, hay que
disculpar.
No levantes jamás una cruz sólo para recordar
que unos han matado a otros. Sería el estandarte del diablo.
La Cruz de Cristo es callar, perdonar y rezar por
unos y por otros, para que todos alcancen la paz.
4. El Maestro pasa, una y otra vez, muy cerca de
nosotros. Nos mira... Y si le miras, si le escuchas, si no le rechazas, El te
enseñará cómo dar sentido sobrenatural a todas tus acciones... Y entonces tú
también sembrarás, donde te encuentres, consuelo y paz y alegría.
5. Por mucho que ames, nunca querrás
bastante.
El corazón humano tiene un coeficiente de
dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un crescendo de cariño
que supera todas las barreras.
Si amas al Señor, no habrá criatura que no
encuentre sitio en tu corazón.
Se entregó porque quiso; maltratado, no abrió
boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores
(Is LIII,7).
Todos contra El...: los de la
ciudad y los extranjeros, y los fariseos y los soldados y los príncipes de los
sacerdotes... Todos verdugos. Su Madre —mi Madre—, María, llora.
¡Jesús cumple la voluntad de su Padre! Pobre:
desnudo. Generoso: ¿qué le falta por entregar? Dilexit me, et tradidit
semetipsum pro me (Gal II,20), me amó y se entregó hasta la muerte por mí.
¡Dios mío!, que odie el pecado, y me una a Ti,
abrazándome a la Santa Cruz, para cumplir a mi vez tu Voluntad amabilísima...,
desnudo de todo afecto terreno, sin más miras que tu gloria..., generosamente,
no reservándome nada, ofreciéndome contigo en perfecto holocausto.
1. Ya no puede el Señor levantarse: tan gravoso
es el peso de nuestra miseria. Como un saco lo llevan hasta el patíbulo. El
deja hacer, en silencio.
Humildad de Jesús. Anonadamiento de Dios que nos
levanta y ensalza. ¿Entiendes ahora por qué te aconsejé que pusieras tu corazón
en el suelo para que los demás pisen blando?
2. ¡Cuánto cuesta llegar hasta el
Calvario!
Tú también has de vencerte para no abandonar el
camino... Esa pelea es una maravilla, una auténtica muestra del amor de Dios,
que nos quiere fuertes, porque virtus in infirmitate perficitur (2 Cor
XII,9), la virtud se fortalece en la debilidad.
El Señor sabe que, cuando nos sentimos flojos,
nos acercamos a El, rezamos mejor, nos mortificamos más, intensificamos el amor
al prójimo. Así nos hacemos santos.
Da muchas gracias a Dios porque permite que haya
tentaciones,... y porque luchas.
3. ¿Quieres acompañar de cerca,
muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor.
Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa
que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo
ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas.
Entonces, deja que tu corazón se
expansione, que se ponga junto al Señor. Y cuando notes que se escapa —que
eres cobarde, como los otros—, pide perdón por tus cobardías y las mías.
4. Parece que el mundo se te viene
encima. A tu alrededor no se vislumbra una salida. Imposible, esta vez, superar
las dificultades.
Pero, ¿me has vuelto a olvidar que Dios es tu
Padre?: omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso. El no puede enviarte
nada malo. Eso que te preocupa, te conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén
ahora ciegos.
Omnia in bonum!
¡Señor, que otra vez y
siempre se cumpla tu sapientísima Voluntad!
5. Ahora comprendes cuánto has
hecho sufrir a Jesús, y te llenas de dolor: ¡qué sencillo pedirle perdón, y
llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar!
Bien. Pero no olvides que el espíritu
de penitencia está principalmente en cumplir, cueste lo que cueste, el deber de
cada instante.
Luego, los soldados despojan a
Cristo de sus vestidos.
Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no
hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni
vendadas, ni suavizadas con aceite (Is I,6).
Los verdugos toman sus vestidos y los dividen en
cuatro partes. Pero la túnica es sin costura, por lo que dicen:
—No la dividamos; mas echemos suertes para
ver de quién será (Ioh XIX,24).
De este modo se ha vuelto a cumplir la Escritura: partieron
entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica (Ps XXI,19).
Es el expolio, el despojo, la pobreza más
absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.
Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero
Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre,
desasido de las cosas de la tierra.
Puntos
de meditación:
1. Del pretorio al Calvario han llovido sobre Jesús
los insultos de la plebe enloquecida, el rigor de los soldados, las burlas del
sanedrín... Escarnios y blasfemias... Ni una queja, ni una palabra de protesta.
Tampoco cuando, sin contemplaciones, arrancan de su piel los vestidos.
Aquí veo la insensatez mía de excusarme, y de
tantas palabras vanas. Propósito firme: trabajar y sufrir por mi Señor, en
silencio.
2. El cuerpo llagado de Jesús es
verdaderamente un retablo de dolores...
Por contraste, vienen a la memoria tanta
comodidad, tanto capricho, tanta dejadez, tanta cicatería... Y esa falsa
compasión con que trato mi carne.
¡Señor!, por tu Pasión y por tu Cruz, dame
fuerza para vivir la mortificación de los sentidos y arrancar todo lo que me
aparte de Ti.
3. A ti que te desmoralizas, te repetiré una cosa
muy consoladora: al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Nuestro
Señor es Padre, y si un hijo le dice en la quietud de su corazón: Padre mío
del Cielo, aquí estoy yo, ayúdame... Si acude a la Madre de Dios, que es Madre
nuestra, sale adelante.
Pero Dios es exigente. Pide amor de
verdad; no quiere traidores. Hay que ser fieles a esa pelea sobrenatural, que es
ser feliz en la tierra a fuerza de sacrificio.
4. Los verdaderos obstáculos que te separan de
Cristo —la soberbia, la sensualidad...—, se superan con oración y
penitencia. Y rezar y mortificarse es también ocuparse de los demás y
olvidarse de sí mismo. Si vives así, verás cómo la mayor parte de los
contratiempos que tienes, desaparecen.
5. Cuando luchamos por ser
verdaderamente ipse Christus, el mismo Cristo, entonces en la propia vida
se entrelaza lo humano con lo divino. Todos nuestros esfuerzos —aun los más
insignificantes— adquieren un alcance eterno, porque van unidos al sacrificio
de Jesús en la Cruz.
—Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen (Lc XXIII,34).
Es el Amor lo que ha llevado a Jesús al Calvario.
Y ya en la Cruz, todos sus gestos y todas sus palabras son de amor, de amor
sereno y fuerte.
Con ademán de Sacerdote Eterno, sin padre ni
madre, sin genealogía (cfr. Heb VII,3), abre sus brazos a la humanidad entera.
Junto a los martillazos que enclavan a Jesús,
resuenan las palabras proféticas de la Escritura Santa: han taladrado mis
manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos, y ellos me miran y contemplan
(Ps XXI,17-18).
—¡Pueblo mío! ¿Qué te hice o en qué te
he contristado? ¡Respóndeme!
(Mich VI,3).
Y
nosotros, rota el alma de dolor, decimos sinceramente a Jesús: soy tuyo, y me
entrego a Ti, y me clavo en la Cruz gustosamente, siendo en las encrucijadas del
mundo un alma entregada a Ti, a tu gloria, a la Redención, a la corredención
de la humanidad entera.
Puntos
de meditación:
1. Ya han cosido a Jesús al
madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha
dejado hacer, con mansedumbre infinita.
No era necesario tanto tormento. El pudo haber
evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones, aquellos malos tratos, aquel
juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los clavos, y la lanzada... Pero
quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber
corresponder?
Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con
un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero
procura que ese llanto acabe en un propósito.
2. Amo tanto a Cristo en la Cruz,
que cada crucifijo es como un reproche cariñoso de mi Dios: ...Yo sufriendo, y
tú... cobarde. Yo amándote, y tú olvidándome. Yo pidiéndote, y tú... negándome.
Yo, aquí, con gesto de Sacerdote Eterno, padeciendo todo lo que cabe por amor
tuyo... y tú te quejas ante la menor incomprensión, ante la humillación más
pequeña...
3. ¡Qué hermosas esas cruces en la cumbre de los
montes, en lo alto de los grandes monumentos, en el pináculo de las
catedrales!... Pero la Cruz hay que insertarla también en las entrañas del
mundo.
Jesús quiere ser levantado en alto, ahí: en el
ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en
el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las
familias, en las asambleas, en los estadios... Allí donde un cristiano gaste su
vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí
todas las cosas.
4. Después de tantos años, aquel sacerdote hizo
un descubrimiento maravilloso: comprendió que la Santa Misa es verdadero
trabajo: operatio Dei, trabajo de Dios. Y ese día, al celebrarla,
experimentó dolor, alegría y cansancio. Sintió en su carne el agotamiento de
una labor divina.
A Cristo también le costó esfuerzo la primera
Misa: la Cruz.
5. Antes de empezar a trabajar, pon sobre tu mesa
o junto a los útiles de tu labor, un crucifijo. De cuando en cuando, échale
una mirada... Cuando llegue la fatiga, los ojos se te irán hacia Jesús, y
hallarás nueva fuerza para proseguir en tu empeño.
Porque ese crucifijo es más que el
retrato de una persona querida —los padres, los hijos, la mujer, la
novia...—; El es todo: tu Padre, tu Hermano, tu Amigo, tu Dios, y el Amor de
tus amores.
En la parte
alta de la Cruz está escrita la causa de la condena: Jesús Nazareno Rey de
los judíos (Ioh XIX,19). Y todos los que pasan por allí, le injurian y se
mofan de El.
—Si es el rey de Israel, baje ahora de la
cruz (Mt XXVII, 42).
Uno de los ladrones sale en su defensa:
—Este ningún mal ha hecho... (Lc
XXIII,41).
Luego dirige a Jesús una petición humilde, llena
de fe:
—Señor, acuérdate de mí cuando estés en
tu reino (Lc XXIII,42).
—En verdad te digo que hoy mismo estarás
conmigo en el paraíso (Lc XXIII,43).
Junto a la Cruz está su Madre, María, con otras
santas mujeres. Jesús la mira, y mira después al discípulo que Él ama, y
dice a su Madre:
—Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dice al discípulo:
—Ahí tienes a tu madre (Ioh XIX, 26-27).
Se apaga la luminaria del cielo, y la tierra queda
sumida en tinieblas. Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama:
—Elí, Elí, lamma sabachtani?! Esto es: Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt XXVII,46).
Después, sabiendo que todas las cosas están a
punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura, dice:
—Tengo sed (Ioh XIX,28).
Los soldados empapan en vinagre una esponja, y
poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el
vinagre, y exclama:
—Todo está cumplido (Ioh XIX,30).
El velo del templo se rasga, y tiembla la tierra,
cuando clama el Señor con una gran voz:
—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
(Lc XXIII,46).
Y expira.
Ama el sacrificio, que es fuente de vida interior.
Ama la Cruz, que es altar del sacrificio. Ama el dolor, hasta beber, como
Cristo, las heces del cáliz.
Puntos
de meditación:
1. Et inclinato capite, tradidit
spiritum (Ioh XIX,30).
Ha
exhalado el Señor su último aliento. Los discípulos le habían oído decir
muchas veces: meus cibus est..., mi alimento es hacer la voluntad del que me
ha enviado y dar cumplimiento a su obra (Ioh IV,34). Lo ha hecho hasta el
fin, con paciencia, con humildad, sin reservarse nada... Oboediens usque ad
mortem (Phil II,8): obedeció hasta la muerte, ¡y muerte de Cruz!
2. Una Cruz. Un cuerpo cosido con clavos al
madero. El costado abierto... Con Jesús quedan sólo su Madre, unas mujeres y
un adolescente. Los apóstoles, ¿dónde están? ¿Y los que fueron curados de
sus enfermedades: los cojos, los ciegos, los leprosos?... ¿Y los que le
aclamaron?... ¡Nadie responde! Cristo, rodeado de silencio.
También tú puedes sentir algún día
la soledad del Señor en la Cruz. Busca entonces el apoyo del que ha muerto y
resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su
costado. Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino
con mayor decisión y eficacia.
3. Hay una falsa ascética que presenta al Señor
en la Cruz rabioso, rebelde. Un cuerpo retorcido que parece amenazar a los
hombres: me habéis quebrantado, pero yo arrojaré sobre vosotros mis clavos, mi
cruz y mis espinas.
Esos no conocen el espíritu de Cristo. Sufrió
todo lo que pudo —¡y por ser Dios, podía tanto!—; pero amaba más de lo
que padecía... Y después de muerto, consintió que una lanza abriera otra
llaga, para que tú y yo encontrásemos refugio junto a su Corazón amabilísimo.
4. He repetido muchas veces aquel verso del himno
eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo:
¡pedir como el ladrón arrepentido!
Reconoció que él sí merecía aquel castigo
atroz... Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las
puertas del Cielo.
5. De la Cruz pende el cuerpo —ya sin vida—
del Señor. La gente, considerando lo que había pasado, se vuelve dándose
golpes de pecho (Lc XXIII,48).
Ahora que estás arrepentido, promete a Jesús que
—con su ayuda— no vas a crucificarle más. Dilo con fe. Repite una y otra
vez: te amaré, Dios mío, porque desde que naciste, desde que eras niño, te
abandonaste en mis brazos, inerme, fiado de mi lealtad.
Después de haber obtenido de Pilatos el permiso
que la ley romana exige para sepultar a los condenados, llega al Calvario un
senador llamado José, varón virtuoso y justo, oriundo de Arimatea. El no ha
consentido en la condena, ni en lo que los otros han ejecutado. Al contrario, es
de los que esperan en el reino de Dios (Lc XXIII,50-51). Con él viene también
Nicodemo, aquel mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a
Jesús, y trae consigo una confección de mirra y áloe, cosa de cien libras
(Ioh XIX,39).
Ellos no eran
conocidos públicamente como discípulos del Maestro; no se habían hallado en
los grandes milagros, ni le acompañaron en su entrada triunfal en Jerusalén.
Ahora, en el momento malo, cuando los demás han huido, no temen dar la cara por
su Señor.
Entre los dos toman el cuerpo de Jesús y lo dejan
en brazos de su Santísima Madre. Se renueva el dolor de María.
—¿A dónde se fue tu amado, oh la más
hermosa de las mujeres? ¿A dónde se marchó el que tú quieres, y le
buscaremos contigo? (Cant V,17).
La Virgen Santísima es nuestra Madre, y no
queremos ni podemos dejarla sola.
Puntos
de meditación:
1. Vino a salvar al mundo, y los suyos le han
negado ante Pilatos.
Nos enseñó el camino del bien, y lo arrastran
por la vía del Calvario.
Ha dado ejemplo en todo, y prefieren a un ladrón
homicida.
Nació para perdonar, y —sin motivo— le
condenan al suplicio.
Llegó por senderos de paz, y le declaran la
guerra.
Era la Luz, y lo entregan en poder de las
tinieblas.
Traía Amor, y le pagan con odio.
Vino para ser Rey, le coronan de espinas.
Se hizo siervo para liberarnos del pecado, y le
clavan en la Cruz.
Tomó carne para darnos la Vida, y nosotros le
recompensamos con la muerte.
2. No me explico tu concepto de cristiano.
¿Crees que es justo que el Señor haya muerto
crucificado y que tú te conformes con “ir tirando?
Ese “ir tirando ¿es el camino áspero y
estrecho de que hablaba Jesús?
3. No admitas el desaliento en tu apostolado. No
fracasaste, como tampoco Cristo fracasó en la Cruz. ¡Animo!... Continúa
contra corriente, protegido por el Corazón Materno y Purísimo de la Señora: Sancta
Maria, refugium nostrum et virtus!, eres mi refugio y mi fortaleza.
Tranquilo. Sereno... Dios tiene muy pocos amigos
en la tierra. No desees salir de este mundo. No rehúyas el peso de los días,
aunque a veces se nos hagan muy largos.
4. Si quieres ser fiel, sé muy mariano.
Nuestra Madre —desde la embajada del Angel,
hasta su agonía al pie de la Cruz— no tuvo más corazón ni más vida que la
de Jesús.
Acude a María con tierna devoción de hijo, y
Ella te alcanzará esa lealtad y abnegación que deseas.
5. “No valgo nada, no puedo nada, no tengo nada,
no soy nada...
Pero Tú has subido a la Cruz para que pueda
apropiarme de tus méritos infinitos. Y allí recojo también —son míos,
porque soy su hijo— los merecimientos de la Madre de Dios, y los de San José.
Y me adueño de las virtudes de los santos y de tantas almas entregadas...
Luego, echo una miradica a la vida mía, y digo:
¡ay, Dios mío, esto es una noche llena de oscuridad! Sólo de vez en cuando
brillan unos puntos luminosos, por tu gran misericordia y por mi poca
correspondencia... Todo esto te ofrezco, Señor; no tengo otra cosa.
Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada —ni
siquiera el lugar donde reposa— se nos ha ido.
La Madre del Señor —mi Madre— y las mujeres
que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente,
se marchan también. Cae la noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de
nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros
y su muerte nos ha rescatado.
Empti enim estis pretio magno! (1 Cor
VI,20), tú y yo hemos sido comprados a gran precio.
Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de
Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en
nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de
corredimir a todas las almas.
Dar la vida por los demás. Sólo así se vive la
vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con El.
Puntos
de meditación:
1. Nicodemo y José de Arimatea —discípulos
ocultos de Cristo— interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la
hora de la soledad, del abandono total y del desprecio..., entonces dan la cara audacter
(Mc XV,43)...: ¡valentía heroica!
Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré
al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré
con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de
mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo
podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., serviam!,
os serviré, Señor.
2. Sabed que fuisteis rescatados de vuestra
vana conducta..., no con plata u oro, que son cosas perecederas, sino con la
sangre preciosa de Cristo (1 Pet I,18-19).
No nos pertenecemos. Jesucristo nos ha comprado
con su Pasión y con su Muerte. Somos vida suya. Ya sólo hay un único modo de
vivir en la tierra: morir con Cristo para resucitar con El, hasta que podamos
decir con el Apóstol: no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí
(Gal II,20).
3. Manantial inagotable de vida es la Pasión de
Jesús.
Unas veces renovamos el gozoso impulso que llevó
al Señor a Jerusalén. Otras, el dolor de la agonía que concluyó en el
Calvario... O la gloria de su triunfo sobre la muerte y el pecado. Pero, ¡siempre!,
el amor —gozoso, doloroso, glorioso— del Corazón de Jesucristo.
4. Piensa primero en los demás. Así pasarás por
la tierra, con errores sí —que son inevitables—, pero dejando un rastro de
bien.
Y cuando llegue la hora de la muerte, que vendrá
inexorable, la acogerás con gozo, como Cristo, porque como El también
resucitaremos para recibir el premio de su Amor.
5. Cuando me siento capaz de todos los horrores y
de todos los errores que han cometido las personas más ruines, comprendo bien
que puedo no ser fiel... Pero esa incertidumbre es una de las bondades del Amor
de Dios, que me lleva a estar, como un niño, agarrado a los brazos de mi Padre,
luchando cada día un poco para no apartarme de El.
Entonces estoy seguro de que Dios no me dejará de
su mano. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse
del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré
(Is XLIX, 15).